Impacto en la música: la historia detrás de la muerte de Ian Watkins en prisión a los 48 años

¿Redención o tragedia final? Hay historias en el rock que no buscan redención alguna, sino que te revuelcan en el fango más turbio del ser humano. Ian Watkins, ex líder de Lostprophets, murió en una cárcel británica a los 48 años tras una brutal agresión. El final de una figura que manchó para siempre el legado de uno de los grupos más potentes del rock alternativo. ¿Es justicia poética o apenas una nota macabra en la partitura sórdida del escándalo?

La crónica negra de un asesinato tras los barrotes

Despertar un sábado cualquiera en HMP Wakefield, conocida en las tripas del sistema penitenciario inglés como “Monster Mansion”, ya debe tener su miga. Pero aquel 11 de octubre el eco de las sirenas rompió el letargo de la rutina carcelaria. Ian Watkins, el hombre que una vez llenó estadios, fue hallado desangrándose tras una puñalada en la garganta. El corte fue demoledor: la yugular rendida, un charco de sangre y el fin de una historia demasiado sucia incluso para el horror habitual de Wakefield.

Los guardias intentaron mantenerlo vivo. ¿Realmente lo intentaron con todas sus ganas? Queda para la especulación. Dos reclusos —uno joven, otro curtido en años— fueron inmediatamente detenidos bajo sospecha de asesinato. ¿Un ajuste de cuentas? ¿Un acto de “justicia” carcelaria que algunos corean entre dientes? La escena descrita por los testigos era de pesadilla: sangre a borbotones, gritos, un infierno de pasillos cerrados.

Los crímenes que nadie quiere recordar, pero todos necesitan saber

Vamos al hueso. Watkins ya no tiene fans ni abogados que le laman las botas. Nada justifica la violencia, pero tampoco puede obviarse lo monstruoso de su historial. En 2013 fue condenado por trece delitos de abuso sexual a menores. Intentó violar a un bebé. Complotó para violar a otro. Acumulaba, grababa y compartía imágenes cuyo nivel de degradación congeló hasta a los jueces más insensibles. La prensa amarilla británica, tan rápida en endiosar, fue igual de cruel con su caída.

Sus cómplices en muchos de estos actos —dos mujeres, madres de algunas víctimas y fans del grupo— también acabaron entre rejas. Watkins fue llamado “depredador determinado”. La sentencia quedó clara: “abriste un capítulo nuevo de horror”. El mundo del rock tragó saliva y miró hacia otro lado.

Del estrellato alternativo al abismo

Lostprophets no era banda menor. De la efervescencia de Gales, conquistaron festivales y charts con un nu metal y alternativo que arrasó a principios de los 2000. Más de tres millones y medio de discos vendidos. Himnos como Last Train Home sonaron hasta en la radio más mainstream. Eran la banda que hacía pensar que el rock británico tenía futuro.

El sueño se volvió pesadilla en 2013, cuando las atrocidades de Watkins salieron a la luz. El grupo se disolvió de inmediato, algunos miembros formaron No Devotion, intentando arrancar de un tirón la mancha del pasado. Pero la sombra de Watkins era alargada, tan asfixiante como la celda donde finalmente pereció.

Recluso objetivo, nunca en paz

No es ningún secreto: en prisión, los abusadores de menores son carne de cañón para la venganza interna. Watkins lo sabía. Ya había sobrevivido antes a apuñalamientos y agresiones. En 2023 fue rehén y agredido en otro motín sangriento. En los últimos años, había tenido incluso que pagar por protección. ¿Justicia? ¿Simple sadismo? Depende de dónde te sitúes en la balanza entre ética y visceralidad carcelaria.

Su muerte no despierta compasión en los pasillos del metal ni entre el gran público. Tampoco repara el daño, ni limpia los pecados de toda una vida devorada por el horror. Pero pone fin al infierno personal de un hombre que se comió su propio mito a puñaladas —literalmente.

Así se apaga uno de los relatos más turbios del rock moderno

Con Watkins termina, quizá, el capítulo más oscuro del nu metal británico. El legado de Lostprophets será siempre incómodo, herido, impronunciable para muchos. Pero su historia debería servir, al menos, para recordar que en el rock, como en la vida, las tragedias no siempre encuentran redención. Y que, por mucho que cueste aceptarlo, hay finales que nadie lamenta.

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