Mike Shinoda confiesa lo duro y agotador que fue sustituir a Chester Bennington en Linkin Park


¿Quién narices se atreve a ocupar el sitio de Chester Bennington en Linkin Park? La pregunta flota densa y pegajosa en el ambiente del rock desde 2017. Y la respuesta –agotadora, angustiosa– la ha vivido Mike Shinoda en carne viva. Si pensabas que el duelo de una banda terminaba cuando el telón baja… estás demasiado lejos de la realidad.

Despidiéndose de Chester: una resaca emocional imposible de sacudir

Cuando la voz de Chester se apagó, también lo hizo el motor visceral de Linkin Park. Shinoda lo tuvo claro: “No podía más”. El vacío no era solo personal. Era un agujero negro creativo que tragaba todo intento de futuro. El grupo trató, lo juro, de encender la chispa mil veces. Página en blanco tras página en blanco. Comenzaban a escribir, pero el eco insalvable del líder caído amenazaba con romper cualquier frase, cualquier nota. Como intentar bailar en una sala donde pesa el recuerdo y nada encaja.

Mike, agotado, volcó su pena en Post Traumatic, un disco solitario y una gira tan catártica como demoledora. Pero al volver, se encontró vacío. El alma descosida. Sin fuerzas. Solo retomando contacto con viejos compañeros —Joe Hahn, Dave Farrell— empezó a brotar la idea de crear juntos de nuevo. No sería rápido. Ni sencillo. Absolutamente nadie puede imaginarse el desgaste de volver a alzar la voz tras perder lo que te definía.

Reviviendo la máquina: la búsqueda de un nuevo motor vocal

La gran pregunta sobrevolaba las salas de ensayo: ¿Quién demonios iba a cantar? El debate fue largo, irreverente, incluso incómodo. ¿Un hombre? ¿Una mujer? ¿Alguien que pareciera su clon vocal o justo lo contrario? De pronto, todo estaba sobre la mesa. Incluso bichearon entre bandas tributo… el absurdo y el drama se mezclaban. Parecía casi una blasfemia tomar una decisión apresurada, pero el tiempo corría y la presión, vaya si apretaba.

Y entonces surge Emily Armstrong. Sí, la voz arenosa y arrolladora de Dead Sara. Complicidad mayúscula desde el primer ensayo. ¿Perfecta? ¿Diferente? Naturalmente sí, y no a todos gustó de primeras. Pero hay química. Se notó en el estudio, en los silencios y también en las broncas. Armstrong, curtida pero aún inexplorada del todo, se lanzó de cabeza al proceso creativo. El resultado: el álbum From Zero (2024), piedra angular para una nueva etapa. Los puristas, los haters y también legiones de misóginos pusieron el grito en el cielo. ¿Betrayal? ¿Evolución? Ni blanco ni negro; puro Linkin Park en la cuerda floja.

¿Huir o reinventarse? El dilema que sigue pesando

Han pasado ocho largos años desde la tragedia. Poco importa cuántos discos o sold outs consigan. Nada llena del todo el hueco. Shinoda reconoce: “Habernos rendido habría sido un final indigno”. Mantener el nombre, aferrarse al legado y a la vez buscar futuro equilibra la banda al borde del colapso. Ahora la banda camina entre el respeto a Chester y la necesidad vital de mutar.

¿Valió la pena? El tiempo dirá. De momento, el monstruo está de vuelta, con cicatrices, con una voz nueva y con las ganas intactas de desafiar lo que debería ser correcto en el rock. En la brutal honestidad de Shinoda y el arrojo de Armstrong está la prueba de que, en esta industria de tiburones, solo sobrevive quien se atreve a volver a empezar. Mientras, Linkin Park sonríe torcido desde el borde del abismo, desafiando a toda la ortodoxia del género.

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