Ozzy Osbourne se despide entre lágrimas tras vivir un concierto de adiós lleno de emoción y cariño

¿Puede una noche borrar toda una vida marcada por excesos, locura y riffs endiablados? Y si esa velada lleva el nombre de Ozzy Osbourne grabado a fuego, ¿acaso podría existir un último adiós más épico al heavy metal? Abre bien los ojos, porque lo que sucedió en Birmingham no fue simplemente un concierto: fue el ocaso de una era, un ritual lleno de lágrimas, metáforas y magia negra.

Ni entierro ni despedida: el clímax de Ozzy Osbourne

El 5 de julio de 2025. Villa Park, Birmingham. Latía un corazón gigante alojado en las gradas de un estadio desbordado. Ozzy Osbourne, el eterno Príncipe de las Tinieblas, que parecía tener más vidas que un gato negro de carretera, salía a escena rodeado por las sombras de Sabbath, Metallica, Slayer, Pantera y otros colosos del metal. Pero aquí nadie lloraba la muerte de una leyenda. No… aquello era una celebración frontal: sudor, electricidad, un océano de 42.000 almas y 5,8 millones de miradas pegadas a la retransmisión.

Ozzy, con una fragilidad casi poética, se dejó caer sobre un trono decorado con alas de murciélago y cicatrices. Pero el tío tenía los ojos húmedos, sí, pero no de pena. “Era imposible ver tanta entrega, tanto amor brutal, y no dejar que una lágrima rebelde se escape” – esa fue la vibra de la noche. Nada de funeral. Puro rito tribal, con guitarras llamando a los espíritus y los fans respondiendo como si supieran que estaban bailando sobre los últimos compases de un mito.

Una última descarga: canciones con nombre propio

  • Mama, I’m Coming Home: Ozzy la dedicó con voz vibrante a Sharon. Aquello desgarró más corazones que cualquier solo de guitarra de Tony Iommi. La escribió Lemmy Kilmister, y resonó en Villa Park como el eco de una despedida agridulce.
  • Cinco temas en solitario, cuatro junto a Sabbath. Noventa minutos suspendidos entre el aquí y el más allá musical. Ozzy, ya a medio gas, rugía con la misma rabia tierna de sus 20 años, como un vampiro que se niega a morir.

Reverberaciones y homenajes: el mundo se arrodilla

La noticia llegó tan rápido como un riff afilado: Ozzy moría el 22 de julio, víctima de su propio corazón gigante. Y lo cierto es que el impacto fue global. Tony Iommi, su hermano de guerra y de vicios, reconoció: “Se aferró a la vida por ese último show. Era su última misión.”

El tsunami emocional se tradujo en tributos desde los MTV VMAs hasta las velas encendidas en su Buckinghamshire natal, pasando por mensajes de Robert Trujillo y homenajes multitudinarios que bordeaban lo surrealista.

Y Sharon… su viuda de hierro… agradeció entre lágrimas y sonrisas a cada fan: “Vuestro cariño me sostuvo tantas noches… nunca lo olvidaré”. El documental “Sharon & Ozzy Osbourne: Coming Home” – reventando audiencias en la BBC – deja una estela de nostalgia y gratitud imposible de borrar.

Ozzy y el metal: una sombra eterna

El calendario se llena de promesas: el libro póstumo Last Rites y el documental No Escape From Now, dispuestos a inmortalizar su impronta. Porque Ozzy siempre fue más que carne, sangre y chorradas chungas en los 80. Fue la metáfora misma del exceso, el icono que salía del abismo cuando todos lo daban por enterrado, el mago loco que nos enseñó que el rock – y sobre todo el metal – no se despiden jamás, simplemente mutan.

Así que responde: ¿tú también lloraste ese último solo? Porque si alguien pensaba que la era de Ozzy iba a terminar en silencio… estaba completamente equivocado. El metal nunca muere, pero hoy, bajo la luna de Birmingham, se sintió un escalofrío único. Un rugido final, eterno.

¿Y ahora qué?

La figura de Ozzy se eleva, espectral pero luminosa, como esa distorsión que jamás desaparece del todo. Un eco, un temblor, una carcajada diabólica. Salve, Ozzy. Y que los amplificadores sigan temblando, aunque tú ya no estés para morder murciélagos sobre el escenario.

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